Jesús enseñaba con autoridad
Antífona de entrada (Sal 105,17): Sálvanos, Señor
Dios nuestro; reúnenos de entre los gentiles: daremos gracias a tu santo nombre,
y alabarte será nuestra gloria.
Oración colecta: Señor, concédenos
amarte con todo el corazón y que nuestro amor se extienda también a todos los
hombres.
Primera lectura (Dt 18,15-20): Habló Moisés al pueblo diciendo: «El Señor,
tu Dios, te suscitará un profeta como yo, de entre tus hermanos. A él le
escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la
asamblea: No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver
más ese terrible incendio; no quiero morir». El Señor me respondió: ‘Tienen
razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras
en su boca y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que
pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia
de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses
extranjeros, es reo de muerte’».
Salmo responsorial (94,1-2/6-7/8-9/R: 8): Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a
la Roca que nos salva; entremos en su presencia dándole gracias, vitoreándole
al son de instrumentos / Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor,
creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que
él guía / Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en
Meribá, como el día de Masá en el desierto: cuando vuestros padres me pusieron
a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras» / R: Ojalá escuchéis hoy su voz; no endurezcáis vuestros
corazones.
Segunda lectura (1Cor 7,32-35): Hermanos: Quiero que os ahorréis
preocupaciones: el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, buscando
contentar al Señor; en cambio, el casado se preocupa de los asuntos del mundo,
buscando contentar a su mujer, y anda dividido. Lo mismo, la mujer sin marido y
la soltera se preocupan de los asuntos del Señor, consagrándose a ellos en
cuerpo y alma; en cambio, la casada se preocupa de los asuntos del mundo,
buscando contentar a su marido. Os digo todo esto para vuestro bien, no para
poneros una trampa, sino para induciros a una cosa noble y al trato con el
Señor sin preocupaciones.
Aleluya (Mt 4,16): El pueblo que habitaba en tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les
brilló
Evangelio (Mc 1,28-28): Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando el sábado
siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza,
porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente
en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué
quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé
quién eres: El Santo de Dios». Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él». El
espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se
preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo.
Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen». Su fama se extendió en
seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Oración sobre las ofrendas: Preséntanos, Señor, estas ofrendas en tu altar como signo de nuestra
servidumbre; concédenos que, al ser aceptadas por ti se conviertan para tu
pueblo en sacramento de vida y redención.
Antífona de comunión (Sal 30,17-18): Haz brillar tu rostro en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los sufridos, porque ellos
heredarán la tierra.
Postcomunión: Reanimados por
estos dones de nuestra salvación, te suplicamos, Señor, que el pan de vida
eterna nos haga crecer continuamente en la fe verdadera.
Vivimos hoy día en medio de un panorama ideológico plural en el
que circulan miles y miles de mensajes, pensamientos y enseñanzas. En este gran
mercado, a veces tan agobiante, no es fácil encontrar una palabra viva y
vivificadora. ¿Cuántas palabras, cuántas enseñanzas llegan hoy al oído del
hombre y del cristiano? ¡Millones! Y entre todos esos millones de mensajes,
¿dónde está la palabra que dé vida y alimente el alma en ese día? El maestro
cristiano, ya sea sacerdote, profesor, padre de familia o catequista,
actualizando la enseñanza de Jesucristo debe decir palabras vivas, con fuerza
de eternidad, que no pasen, sino que perduren, den sentido a la vida y sirvan
de crisol a todos los millones de otras palabras escuchadas.
Ante esta realidad tan
estupenda como es la Palabra de Dios y su valor infinito, uno siente la
tentación de preguntarse por qué a veces son tan aburridas las clases de
religión o las homilías dominicales. ¿Qué estamos haciendo con la Palabra Viva?
¿Por qué, siendo viva, no logra vivificar el corazón del predicador cristiano y
del oyente? Algo está pasando que hace de la Palabra viva y eficaz una palabra
quizá estéril y muerta, o al menos sin garra o impulso vital y transformador.
Oremos todos para que los maestros de la Palabra lleven siempre en sus labios y
en su corazón la Palabra de Vida.
Cuando la palabra del
maestro no es viva ni vivificante, no podemos esperar otra actitud sino el
aburrimiento y el rechazo. Esto es tan evidente casi como un axioma. Pero, ¿por
qué, incluso cuando la palabra está llena de vida e infunde vida, tampoco es
escuchada ni acogida muchas veces? Jesús tuvo ya que afrontar el rechazo a su
Palabra, porque los hombres encontraban duras sus enseñanzas. Lo sucedido en la
sinagoga de Cafarnaum es un paradigma de ello: unos admiraban la autoridad con
la que enseñaba Jesús, pero no daban el paso de aceptar sus enseñanzas,
mientras que a otros ya estaban conformes con quedarse como estaban, como en el
caso del endemoniado, que lanza a Jesús este improperio: «¿Qué quieres de
nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros?». Y Pablo, ¿acaso
no tuvo que hacer frente a tantos que no mostraban interés por el Evangelio o
simplemente lo rechazaban?
No nos debe extrañar que la
Palabra Viva sea como un parteaguas que divide a los hombres entre quienes la
acogen o la rechazan. La Palabra Viva se escucha en la libertad y para hacer
hombres libres, pero hay quienes eligen ejercer su libre albredío rechazando la
fuente de la libertad. La Palabra Viva es como una semilla que cae en tierra
buena, y también en tierra que está dura, o no tiene profundidad, o está llena
de espinos. Pidamos a Dios que con su gracia limpie y cultive su campo, de modo
que los hombres -nuestros feligreses, alumnos e hijos- acepten la Palabra Viva
para que dé en su corazón y en sus obras frutos abundantes.
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