viernes, 3 de febrero de 2012

Domingo V durante el año (B)


 Curó a muchos enfermos de diversos males

Antífona de entrada (Sal 94,6-7): Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios.
Oración colecta: Vela, Señor, con amor continuo sobre tu familia; protégela y defiéndela siempre, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza.
Primera lectura (Job 7,1-4.6-7): Habló Job diciendo: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero. Como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba. Mis días corren más que la lanzadera y se consumen sin esperanza. Recuerdo que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.
Salmo responsorial (146,1-2/3-4/5-6/R: cf. 3a): Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel / El sana los corazones destrozados, venda sus heridas. Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre / Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados / R: Alabad al Señor, que sana los corazones quebrantados.
Segunda lectura (1Cor 9,16-19.22-23): Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de soberbia. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero si lo hago a pesar mío es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación de esta Buena Noticia. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
Aleluya (Mt 8,17): Cristo tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.
Evangelio (Mc 1,29-39): En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a, las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido». Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Oración sobre las ofrendas: Señor, Dios nuestro, que has creado este pan y este vino para reparar nuestras fuerzas, concédenos que sean también para nosotros sacramento de vida eterna.
Antífona de comunión (Sal 106,8-9): Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Calmé el ansia de los sedientos y a los hambrientos los colmó de bienes.
Postcomunión: Oh Dios, que has querido hacernos partícipes de un mismo pan y de un mismo cáliz, concédenos vivir tan unidos en Cristo, que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo.


La salud espiritual y física es el don más preciado que podemos disfrutar, y lo valoramos más en la medida en que la enfermedad nos lo quita o disminuye. Quien ha pasado por la experiencia de una enfermedad grave sabe el riesgo que supone para su vida y conoce el sufrimiento físico y moral que representa la falta de salud: las dolencias que consumen el organismo y la dependencia de estar supeditado al cuidado de los demás. Aun así, la enfermedad es un medio que nos ayuda a llegar a Dios y que los cristianos tenemos que saber asumir; no quiero decir con ello que debamos buscar enfermedades y provocarnos dolencias, sino saber aceptar la enfermedad cuando ésta se presenta, y ayudar a los hermanos que sufren a llevar su cruz mediante el consuelo y el servicio.
La enfermedad nos habla del misterio del mal, pero a la vez se nos muestra también como un ámbito en el que Dios actúa y nos comunica la salvación. Al curar enfermos, Jesús manifiesta la misericordia divina y anuncia el Evangelio, relacionando la curación con el perdón de los pecados y el poder de la fe: «Tus pecados quedan perdonados» o «tu fe te ha salvado», dirá más de una vez al devolver la salud a los enfermos de toda clase. Hoy se nos invita a reconocer y agradecer a Dios tanto el don de la salud y de la curación, como las oportunidades con las que nos hace participar del misterio de la cruz a través de la enfermedad y el sufrimiento.
Respeto a la salud física, tan deseada, el mundo actual está cimentado en una gran mentira: si elimináramos de golpe todos los fármacos, prótesis, gafas, marcapasos, dentaduras postizas, muletas y aparatos, y si no se pudieran llevar a cabo operaciones quirúrgicas, ¿qué panorama tendríamos? Sería espantoso ver la realidad de un mundo formado por mutilados, achacosos, tullidos, ciegos, sordos, cojos… Los adelantos de la medicina nos han concedido una calidad de vida aceptable, pero a la vez han disimulado un hecho que nos cuesta aceptar: que somos limitados y que la debilidad forma parte de nuestra condición. Por otro lado, nos equivocaríamos también si pensáramos que todo se soluciona con la recuperación de la salud física. Por más adelantos técnicos que haya en los hospitales, servirán de bien poco si falta amor y calor humano, y aquí los cristianos debemos aportar la luz y el calor del Evangelio. Hay enfermedades que no sólo se curan con fármacos y operaciones, sino que necesitan la luz de la fe, la oración, el consuelo, el perdón y la reconciliación, la compañía y el cariño. En el acompañamiento y el cuidado de los enfermos, estamos llamados a manifestar el amor y la misericordia que Jesús tenía hacia ellos. Igualmente, ¡hay tantas enfermedades psíquicas y depresiones causadas por la fatiga, el miedo, la incomprensión, la soledad…! Todos debemos ir hacia Jesús y, a la vez, en nombre de Jesús, debemos acoger también a quien sufre.